Caminar por Sant Cugat debería ser una experiencia tranquila: zonas verdes y un entorno ideal para ir a pie. Pero basta con dar unos pasos para que esa imagen idílica se rompa. Aceras levantadas, baldosas que bailan al pisarlas, socavones que parecen trampas de otro tiempo… Andar por la ciudad se ha convertido en un ejercicio de esquivar obstáculos, como si uno estuviera en un campo de minas urbanas sin saber cuándo llegará el próximo tropezón.
Andrea Povea | Publicat: el 15/maig | Opinió